Por Felipe izcaray
¡Cédula, Maestro!
Fecha: Domingo 7 de Agosto de 1955
Día del segundo concierto que la Orquesta Sinfónica Venezuela ofrecería en la recién inaugurada (el año anterior, 1954) Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela.
Programa anunciado:
Directores Inocente Carreño
Pedro Antonio Ríos-Reyna
Gonzalo Castellanos
Evencio Castellanos
Solista: Judith Jaimes, piano
Programa
I. Carreño: Margariteña
Dir.: Inocente Carreño
Beethoven: Concierto 3 para piano y orquesta
Dir.: Pedro Antonio Ríos-Reyna
G. Castellanos: Antelación e Imitación Fugaz
Dir.: Gonzalo Castellanos
E. Castellanos: Sta. Cruz de Pacairigua
Dir.: Evencio Castellanos
Landaeta: Himno nacional
Escena:
Hora: 10.00 am
Ciudad: Caracas
Lugar: Puerta de entrada principal a la Ciudad Universitaria, por los lados de la Plaza Venezuela.
Personajes:
Teodoro Capriles (destacado personaje del deporte y de las artes, miembro fundador del Orfeón Lamas),
Vicente Emilio Sojo (Gran prócer civil, músico y docente venezolano, el Origen de Todo)
Miembros del cuerpo de vigilantes de la UCV (no parlantes)
2 Agentes de la Seguridad Nacional (Tenebrosa organización represiva de la dictadura perezjimenista)
El auto manejado por Teo Capriles se detiene a la entrada de la Ciudad universitaria. Uno de los agentes de la SN se acerca a la ventana del chofer, y pregunta:
– SN: Buenas, ¿Hacia donde se dirigen los señores?
– TC: Buenos días, vamos al concierto en el Aula Magna.
– SN: Eso es a las 11.15, Es muy temprano.
– TC: Es posible, pero nos gusta llegar temprano para saludar a los músicos (Mientras tanto, Teo nota que el maestro Sojo comienza a inquietarse y a ponerse rojo de la ira)
– SN: Permítame las cédulas de los dos.
– TC: Señor, él es el Maestro Sojo, el fundador de la Orquesta Sinfónica, y maestro de los directores de hoy, el Maestro Carreño, Ríos-Reyna, Gonzalo y Evencio Castellanos.
– SN: Eso a mí no me consta. Muéstrenme sus cédulas para verificar su identidad.
– VES (Indignado) Usted sabe quien soy yo, y yo sé quien es usted. Teo, retrocede y vámonos para el carajo.
– SN: ¡Mire señor, no irrespete a la autoridad!
– VES: ¡Aquí el único irrespetuoso eres tú, y el usurpador al que sirves! ¡Vámonos, Teo, yo a este lugar jamás vuelvo a entrar!
– TC: Sí, Maestro.
Capriles dio vuelta al carro y se devolvió hacia el centro de Caracas. Afortunadamente el esbirro de la SN debe haberlo pensado bien antes de arrestar al señor canoso y de grandes bigotes junto a su acompañante. Seguramente no quiso meter la pata, porque algo debía tener ese viejo para hablarle sin temor a pesar de su “autoridad” marca Smith & Wesson.
Pasaron 12 años sin que el respetado patriarca musical de Venezuela se apersonara de nuevo al mismo portal universitario.
Créanlo o no, tuve mucho que ver con ese retorno.
En 1967 cursaba yo la carrera de Sociología en la UCV. En Julio había aprobado el 1er año y esperaba el comienzo del 2º año en Octubre. Me gustaba mucho la carrera, pero yo estaba seguro de que mi vocación era la música, solo que no sabía como enfocar ese anhelo.
Por los momentos disfrutaba al máximo mis actividades musicales, sobre todo el ser miembro de la fila de bajos del Orfeón Universitario, y fomentar mi reciente adquirida amistad con el Maestro Vicente Emilio Sojo, a quien visitaba con frecuencia. El Maestro aparentemente disfrutaba conversar con este nuevo “nieto” musical, indagador y preguntón. Yo aprovechaba, absorvía sus respuestas y volvía a preguntar. A él no le fastidiaba.
Uno de los aspectos no tan agradables de esta relación era el referente a mi orfeón. Había recelo, y el maestro criticaba algunos aspectos de las grabaciones del coro, sobre todo el de la pronunciación. Poco a poco fui descubriendo que esa tirantez venía de su propia relación con Antonio Estévez, quien en esa época vivía un período creativo que resultaba irritante para Sojo, y era el de la música electroacústica, con lenguajes de vanguardia que caían muy mal en la conservadora mente del Maestro, musicalmente hablando. Eso era aprovechado por algunos declarados enemigos de Antonio para fomentar esa distancia.
Vinicio Adames, el director del Orfeón desde 1954, era en parte víctima de esa situación. Vinicio fué parcialmente un autodidacta de la música. Tuvo que dedicarse a estudiar una carrera para convertirse en egresado y evitarse problemas con la institucionalidad universitaria. Terminó sus estudios de Internacionalista en la UCV y después tuvo que dedicarse de lleno a su querido orfeón. Pero Vinicio era muy talentoso y muy dedicado, y supo mantener la calidad del coro que había heredado de Estévez, siempre manteniendo el respeto y la consideración por el fundador. El Orfeón Universitario en los años 60 era un coro de un hermoso sonido, y de una calidad indiscutible.
En el verano de 1967 Vinicio se ausentó con una beca para cursar estudios con el gran Maestro Robert Shaw en EEUU. Su preocupación era que había que seguir preparando al coro para la celebración de los 25 años en 1968, y esa ausencia suya por varios meses podía frenar esa preparación. Un día conversando le pregunté: “¿Vinicio, y que tal si convencemos al Maestro Sojo para que trabaje con nosotros?”
“Nooo, Felipe, eso es imposible”, contestó Vinicio. “Si para los 20 años del orfeón lo invitamos a dirigir sus canciones, y no quiso. Calcaño, Lauro, Moleiro, Modesta Bor, Eduardo Plaza, todos dirigieron sus obras. Solo faltaron Sojo y también el Maestro Juan Bautista Plaza, pero por razones de salud. El Maestro no entra a la UCV desde que le pidieron la cédula para entrar cuando Perez Jiménez, y ahora no quiere porque dice que lo van a atacar los comunistas.”
Yo le dije “Bueno, Vinicio, pero si me das permiso, yo me encargo de convencerlo, y si quiere organizamos todo mientras estás en tu curso.” Ya Vinicio sabía que yo frecuentaba al Maestro, y estaba muy complacido por ello.
“Bueno, si logras ese milagro te traigo un buen regalo de Michigan.
Ahí comenzó mi campaña. Al principio logré solo enojar un poco a Sojo, pero poco a poco me fui dando cuenta de que sí le tentaba la idea de dirigir al coro. El había sido titular del coro cuando Estévez se fue en 1946 a los EEUU a estudiar, y luego le cedió el grupo por 1 año a Evencio Castellanos. El Orfeón Lamas cesó actividades en 1960. El solamente hacía un concierto al año, el del día del músico, con alguna de sus misas en la Iglesia de Santa Teresa. Su mayor recelo era el tener que aguantar algún tipo de saboteo político si entraba a la UCV. Yo le ofrecí todo tipo de garantías.
– FI: Maestro, mis compañeros del Orfeón Universitario lo admiran muchísimo, usted es el músico más importante para nosotros, y nadie lo va a irrespetar. Confíe en mí, no va a pasar nada.
– VES: Mira, muchacho, yo me hice las promesa de no pisar esa universidad desde que me impidieron entrar los esbirros. Ahora eso está en manos de los bolcheviques guerrilleros.
– FI: Maestro, pero piense en el orfeón. Usted fue creador indirecto del coro a través del Maestro Estévez …
– VES: Bueno, ahí tienes, también comunistoide … pero yo nunca me metía en esas cosas. Cada alumno piensa como le dicta su conciencia.
– FI: Bueno, Maestro, pero fíjese. En el Orfeón Universitario cada quien tiene sus propias ideas, pero nos respetamos mutuamente. Eso sí, todos coincidimos en que sería un honor que usted nos dirigiera.
– VES: Pero seguramente habrá algunos que quieran sabotear.
– FI: No, Maestro, cómo va a pensar eso. Fíjese que Vinicio Adames es independiente pro COPEI y no le ha pasado nada …
De repente largó una sonora carcajada y dijo:
– VES: ¡Caramba! ¿Tan mal gusto tiene Vinicio Adames? ¿Copeyano? Bueno, te hablo como adeco fundador del PDN. Yo al Caldera, de lejos. Pero es un hombre democrático. Y Adames tiene mucho mérito al trabajar ahí. Yo tengo un gran amigo en la Dirección de Cultura, que es Carlos Augusto León (Director de Publicaciones de la Dirección de Cultura), quien me ha ofrecido editar música de autores venezolanos. De repente le hago caso.
– FI: Entonces, Maestro, ¿Contamos con usted?
– VES: Lo voy a pensar…
Unos días después de esa larga conversación, y luego de recibir la invitación oficial de la UCV firmada por el Rector, de manos de Mirian Gutiérrez, una linda y activa orfeonista comisionada para ello, el Maestro accedió a ensayar con nosotros. Al día siguiente me aparecí en la oficina del Rector Jesús María Bianco, pedí hablar urgente con él y me dejaron entrar. Bianco admiraba mucho a Sojo, y se contentó de sobremanera, a tal punto de que puso a mi disposición su automóvil oficial, un viejo Oldsmobile negro, con todo y chofer para buscar y regresar al Maestro Sojo a su casa cada vez que hubiera ensayo. El primer encuentro fue fijado un sábado por la tarde en la Sala de Conciertos. Los integrantes del coro fueron convocados de urgencia, porque estábamos de vacaciones. Algunos se regresaron de sus ciudades en el interior, ya que no todos los días se ensayaba con el Maestro Sojo.
Ese sábado me encontré en la plaza del rectorado con el chofer del Rector y fuimos a buscar al Maestro a la Escuela Lamas. El viejo estaba tenso, y me dijo “¿Sabes que yo nunca fui a un concierto en el Aula Magna?”. Cuando llegamos a la puerta de la Ciudad Universitaria por supuesto el carro del Rector fue reconocido por los vigilantes, pero uno de ellos al dejarnos pasar dijo en voz alta “Bienvenido, Maestro”. Seguro alguien le había pasado el pitazo. Al llegar a la Sala de Conciertos, estaba el orfeón en pleno, acompañado de nuestra profesora de canto, Lydia Butturini de Panaro, y del Maestro Abraham Abreu, gran pianista y clavecinista que daba clases en la UCV. Sojo se contentó muchísimo al ver a su solista de varias décadas en el Orfeón Lamas, la célebre Carmen Liendo, entre los integrantes del Orfeón. Ambos se abrazaron, y Carmen lloró de la alegría, y decía “Este es mi padre”. Sojo le dijo: “Si tú estás aquí entonces estoy entre amigos.”
“Sí, Maestro, estos muchachos lo quieren mucho”, contestó la divina Carmen, como le decíamos.
Hubo un momento de terror cuando nos informaron que la sala estaba cerrada y no aparecía el vigilante con la llave. El Maestro inmediatamente dijo “Yo sabía que iba a haber saboteo”.
Sin embargo, el atribulado vigilante apareció presuroso y sudado. Abrió la sala y todos pasamos en silencio, muy tensos, pero con mucha disciplina. El Maestro bajó las escaleras hacia el escenario, ignoró el piano que le habían puesto, y dijo “Buenas tardes, ….a ver, ¡Sopranos!” …. Y comenzó a cantar:
“Incierta luz anuncia la mañana
Pulsa el bosque su lira de rocío…”
Eran los versos iniciales de su madrigal “Amanecer”. Nuestras sopranos respondieron muy bien, el maestro comenzó a corregir de manera firme la pronunciación, sobre todo de la C, que quería que sonara como el español castizo, y la A, para la cual exigía que se vieran los dientes frontales al pronunciarla. Costó bastante pero después de varios intentos salió como él quería y proseguimos..
El ensayo transcurrió muy bien. El Maestro nos metió en cintura con sus indicaciones a lo que el quería, y se fue tranquilizando, al ver que todas sus instrucciones eran seguidas al pié de la letra. Además de “Amanecer” ensayó la canción infantil “Cuento Chino”, el canon “La Sortija” y su arreglo de “El Moscón”.
Al finalizar el ensayo, el Maestro Sojo se quedó callado un rato y dijo: “Bueno, muchachos, nos vemos el lunes.”Todos nos pusimos de pié y aplaudimos emocionados.
El Maestro lucía rejuvenecido, subiendo con agilidad los escalones de la Sala de Conciertos al finalizar el ensayo, como si le hubieran inyectado un raro elixir de vida. En el pasillo frente a la taquilla del Aula Magna se despidió cordialmente de los coralistas, del Maestro Abraham Abreu, y le dio un estrecho abrazo a su consentida Carmen Liendo.
El regreso al centro de Caracas en el carro del Rector transcurrió casi en silencio. Sojo únicamente le pidió al chofer que lo llevara a la Escuela Lamas, porque tenía que hacer algo allí antes de ir a casa. Faltando unas cuantas cuadras para llegar a la Esquina de Santa Capilla, el Maestro me dijo “¡Caramba, qué coro tan disciplinado! Los que denigran de Adames no tienen razón.”
Los ensayos del orfeón con Vicente Emilio Sojo continuaron con mucho éxito. Un día nos sorprendió con un nuevo arreglo de “Hoy es tu Día”, la canción venezolana de cumpleaños, y la montamos en un santiamén. Hicimos con él unos 10 ensayos, hasta que tuvimos que dar un receso al coro por las vacaciones del personal obrero de la UCV.
Esos ensayos fueron realmente una delicia. Vinicio nos había infundido un profundo respeto y una gran admiración por el gran Maestro, y nosotros amábamos sus madrigales y arreglos corales. Tenerlo frente a nosotros ensayando, regañando, exigiendo, pero sobre todo celebrando cuando las cosas salían bien, nos hacía sentir como flotando en una nube.
Las cosas se complicaron al regresar a clases en octubre. La fecha de la celebración del XXV aniversario de la fundación del orfeón se pospuso varias veces, y el Maestro se excusó de seguir los ensayos por razones de salud. Sus médicos le prohibían ensayar de noche.
Sin embargo, quedó la experiencia y sus consecuencias. La relación del Maestro con el orfeón se convirtió en mutuo y sincero cariño. Desde ese primer ensayo, Sojo no se perdía ningún concierto importante del coro. Recuerdo dos ocasiones muy significativas para nosotros: Un concierto nocturno en el Teatro Municipal y otro un domingo por la mañana en la sala de lecturas de la Biblioteca Nacional. En ambos el Maestro se acercó a saludar a Vinicio y a los integrantes.
Sojo fue muy colaborador con la celebración de los 25 años. El plan original era que dirigieran los 4 directores históricos del orfeón: Estévez, Sojo, Castellanos y Vinicio. Estévez y Sojo dirigirían obras propias, Evencio dirigiría otros madrigales venezolanos y su hermoso Himno Universitario, y Vinicio la Misa en Sol de Schubert con la Orquesta de Cámara de la UCV.
Como Sojo había decidido no dirigir, encomendó al Maestro Castellanos para que hiciera sus obras, y pidió que el coro cantara su hermoso madrigal “Hay Luces entre los Árboles”, sobre un poema de Fernando Paz Castillo. Cuando le dije que nunca la habíamos cantado, me respondió “Es que tú la vas a preparar, y cuando ya se la sepan Evencio va y la ensaya. Ya yo hablé eso con Vinicio. El condenado Vinicio no me había dicho nada, y se rió cuando le reclamé. “Es que el Maestro quería darte el mismo la noticia”.
Con mis escasos conocimientos me estudié la pieza y gracias a la solidaridad de mis compañeros, la preparamos bien para los ensayos con el Maestro Castellanos. Nos dimos cuenta de que EC era un extraordinario músico, compositor y director.
Finalmente llegó la fecha del gran concierto, el 30 de enero de 1969.
Mi padre, fundador del Orfeón Lamas al fin, viajó especialmente desde Carora para asistir al concierto, y me acompañó a buscar al Maestro Sojo. Se sentaron juntos en la 4ª fila del Aula Magna.
Antes de comenzar el concierto se acercó un vigilante y le notificó al Maestro que el Rector Bianco lo invitaba a acompañarlo en el palco de autoridades en el balcón, y el Maestro le contestó “Dígale al Señor Rector que le agradezco y me siento honrado con su invitación, pero que respetuosamente la declino porque ya me senté aquí con el muchacho, y oímos mejor aquí cerca”. El muchacho era mi papá, de 63 años de edad. Así era Sojo con su gente.
Después del concierto fuimos a llevar a Sojo a su casa en el Callejón San Pedro, pero pidió que lo dejáramos en la esquina de La Pelota, y el caminaba las 2 cuadras hasta su casa. En el trayecto en mi diminuto carro Hillman Imp, Sojo nos dijo “Fue un concierto notable, con un coro muy maleable con tres distintos directores. Lo mejor para mí fue escuchar por fin “Hay Luces entre los Arboles”. Evencio está muy contento con tu trabajo. Sigue, sigue…”
Fue en ese momento cuando me dí cuenta de lo que habíamos logrado durante año y medio: Acercar al gran Maestro a nuestro coro y a nuestra universidad, hacerlo feliz de nuevo con la música coral, y acercarnos nosotros, todos nosotros, al Origen de Todo.
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