Martucci

La Sociedad «Unión Filarmónica de Caracas»

Calzavara, Alberto | (1980). Trayectoria cincuentenaria de la Orquesta Sinfónica Venezuela 1930-1980 (Ensayo)

Antecedentes

Según el testimonio que diera en cierta ocasión un descendiente del Maestro Vicente Martucci se nos pone en conocimiento de un hecho que, según el interesado, fue la causa inmediata de la fundación de la Sociedad «Unión Filarmónica de Caracas». El mismo acontecimiento, está por José A. Calcaño (4) aunque este escritor no lo relaciona con la Sociedad en cuestión. Como nuestra historia de la música está llena de inexactitudes y sus aconteceres pertenecen casi siempre al dominio de lo anecdótico y muchas de sus facetas más importantes e interesantes han caído dentro de la leyenda y la fábula, es dificilísima la tarea de poder establecer balances que respondan a una realidad objetiva. Sin embargo, daremos el mayor crédito esta vez a los relatos que han llegado hasta nosotros por no haber podido encontrar una documentación más fidedigna. El relato es como sigue: en el año 1921 se reunieron en la Secretaría de la Nunciatura Apostólica Monseñor Ricardo Bartoloni, eminente músico y gran amigo del compositor Lorenzo Perosi, (autor del oratorio La resurrección de Lázaro), el profesor Vicente Martucci y Monseñor Nicolás E. Navarro. Se pusieron de acuerdo para el montaje y la ejecución pública de ese oratorio con 60 voces y una orquesta de 60 profesores. El propio Bartoloni dirigió algunos ensayos en el Teatro Municipal. El oratorio tuvo un éxito enorme y hubo que repetirlo el día de la celebración del Papa. Bartoloni solicitó al Maestro Martucci para que fuera éste el director de la obra de Perosi. La orquesta fue reunida con enorme dificultad, siendo imposible conseguir algunos instrumentistas. Reunir un coro de aquellas proporciones fue igualmente una hazaña para la época.

Ahora bien, según el familiar de Vicente Martucci, ese esfuerzo originó la idea en el Maestro de fundar una orquesta sinfónica estable en Caracas, contando para ello con los éxitos del oratorio, del ambiente creado por el grupo de músicos y por el decidido apoyo que el público amante de la música y algunos compositores le brindaron. El propósito del proyecto era obvio: ensayar y presentar obras sinfónicas, piezas de los grandes maestros, etc. Es decir, llenar el gran vacío que existía por la falta de una orquesta que trabajara y presentara conciertos sinfónicos. Con este ánimo se efectuó la primera reunión en casa de Vicente Martucci.

En efecto, el día 11 de febrero de 1922 queda constituida definitivamente la Sociedad en un acto de instalación que tuvo lugar en los altos del Teatro Nacional. El Libro de Actas de dicha Institución comienza con las significativas palabras siguientes: «Con el fin de organizar en Caracas un centro musical fueron convocados los profesores y amantes del Divino Arte para una reunión que se ha llevado a efecto hoy sábado 11 de febrero de 1922 en los altos del Teatro Nacional galantemente cedido por la Sociedad de Cines y Espectáculos Públicos. En dicho acto se encontraban presentes los señores Vicente Martucci, doctor Manuel L. Rodríguez, doctor J. M. Núñez Ponte, Ángel Fuenmayor, Jesús Fuenmayor, S. Echeverría L., Andrés Añez, Agustín García, César Travieso, Marsilio Cavalieri, Brígido Hernández, F. Jiménez Limardo, Juvencio N. Ochoa, Guillermo Bushbeck, J. Ruiz González, Francisco E. Caballero y Enrique de los Ríos».

«Acto continuo se procedió a nombrar una Junta Directiva Provisional, la cual quedó constituida así: presidente, Vicente Martucci; Vice-Presidente, doctor Manuel L. Rodríguez; Tesorero, Ángel Fuenmayor; secretario general, Francisco E. Caballero; Vocales: (primero) Enrique de los Ríos, (segundo) Andrés Añez y (tercero) Agustín García».

«El señor presidente tomó la palabra y propuso nombrar una comisión para formular los estatutos quedando a cargo, por unanimidad de votos, de los señores Vicente Martucci, doctor Manuel L. Rodríguez y Ángel Fuenmayor, quienes en la próxima sesión presentarán su prospecto».

«La agrupación llevará por nombre Unión Filarmónica de Caracas, título que fue aceptado por unanimidad; este título fue propuesto por lo hermanos Fuenmayor».

«En seguida se procedió a fijar los días de reunión ordinaria, siendo escogido los lunes a las once a.m. y provisionalmente en los altos del Teatro Nacional, hasta conseguir un local apropiado».

Tal como lo expusimos en páginas anteriores, la fundación de la «Unión Filarmónica de Caracas» responde a los lineamientos generales de las tantas «Sociedades Filarmónicas» que proliferaron en el mundo durante el siglo XIX. Es decir, una asociación de músicos y “amigos de la música» quienes se constituyen en un organismo con la personalidad jurídica para la persecución de sus objetivos. En este caso, la formación de una orquesta sinfónica. Sus miembros son socios de la Sociedad cuyo aporte se significa en la ejecución de algún instrumento y de los gastos comunes de la orquesta tales como compra de sillas y atriles, alquileres de salones de ensayo y teatros para los conciertos, impresión de los programas de los mismos, etc. Jamás se soñaba con obtener ingresos personales de la orquesta, ya que, si los había por concepto de taquilla de los conciertos, éstos se sumaban irremisiblemente al fondo común de la misma. Ya hemos dicho anteriormente que los músicos «de atril» se desempeñaban en las temporadas de ópera y zarzuela, en las pequeñas orquestas de los cines mudos y hasta en actividades lejanas a la música. La creación de una Sociedad Filarmónica respondía únicamente al deseo de formar una orquesta sinfónica «con todas las de ley» y poder ejecutar el gran repertorio orquestal de los maestros indiscutidos de la música, cosa imposible en las tareas de los teatros líricos o cinematográficos.

Por otra parte, como se deduce, la música sinfónica no tenía ninguna demanda por aquellos años y si no había una agrupación establecida era porque ni el público ni el Gobierno estaban dispuestos a mantenerla.

Si un decidido grupo de músicos deseaba formar una orquesta sinfónica debía costearla de su propio bolsillo. Debían sufragar absolutamente todos los gastos más elementales de mantenimiento.

«Divino Arte», dice el acta constitutiva de la Sociedad. Quizás estas dos palabras hoy nos mueven un poco a la sonrisa, pero resumen el estado de ánimo y la voluntad de aquellos pioneros de la música sinfónica en Venezuela. Ellos estaban plenamente convencidos de su quijotesca intención. Era la manera de demostrar al país y al mundo, quizás, que, a pesar de todos los inconvenientes y dificultades, el «Divino Arte» tenía su lugar en Venezuela, que estaba por encima de los furores caraqueños de ópera, cine y zarzuela y que el oficio de la música, se redimía, en sus manos, en su máximo exponente.

Antes de proseguir en la exposición de los acontecimientos de la «Unión Filarmónica de Caracas» queremos presentar al lector a tres de sus fundadores y pilares fundamentales:

Vicente Martucci, italiano de origen, se radicó desde muy niño en Caracas. Perteneció a una muy distinguida familia de músicos especializados en la composición y la enseñanza. Entre éstos se destacó la figura de su primo hermano Giuseppe, excelente pianista, de renombre europeo, compositor de alta jerarquía, autor de sinfonías y conciertos que figuraron durante algunos años en repertorios mundiales. Cabe señalar que la editorial alemana Breitkopf und Härtel, de prestigio mundial, publicó algunas de sus obras, que aún figuran en los catálogos de la época. Los hermanos Martucci siempre se destacaron como buenos maestros. Todavía existen entre nosotros algunos músicos, muy ancianos, que nos pueden dar fe de ello. La vida de Vicente Martucci transcurrió siempre en Caracas, ciudad donde desempeñó importantes cargos: Inspector General de Bandas Militares, director de Espectáculos Públicos de Caracas e Instructor de Bandas y director de la Escuela de Bandas del Ejército. De carácter franco y sincero, supo imponerse con caballerosidad y gallardía en los primeros momentos de nuestra historia sinfónica cuando más se necesitaban las cualidades del prócer fuerte, pero recto y justo.

Vicente Martucci, se arraigó en Venezuela formando una familia cuyos esfuerzos prepararon nuestro desarrollo musical actual.

Por razones inexplicables su nombre ha caído en una de las más injustas indiferencias por parte de nuestros cronistas y musicógrafos actuales. Desaparecido en el año 1941, el Maestro Martucci dejó en sus compañeros y amigos el recuerdo de su gentileza, su don de gentes y su franca amistad.

Manuel Leoncio Rodríguez; violinista, compositor, abogado y escritor nació el 23 de agosto de 1870 en Valencia (Carabobo). Fue alumno de Felipe Colón, Sebastián Díaz Peña y de José Rius en armonía y composición. En 1901 recibe el título de doctor en ciencias políticas. En su ciudad natal edita la revista «Las Bellas Artes», sostenida por él mismo, aunque dedicó toda su vida a la música. Realizó viajes por Europa con fines de estudio a la vez que hizo ejecutar algunas composiciones suyas. A su regreso a Venezuela se impone como violinista y compositor ocupando algunos cargos de importancia tales como el de director del Conservatorio de Música de Caracas. No cesó nunca de componer obras y piezas para piano, violín y piano, canciones y partituras para conjuntos de cámara. Dejó una ópera inconclusa y un tratado de violín aún inédito. En 1911 publica un cuaderno con 14 obras suyas, entre éstas, su celebre Leyenda concebida con los patrones del romanticismo tardío. Fue miembro activo en las orquestas de su época en calidad de violinista. Falleció en Caracas durante el año 1941.

Andrés Añez; violoncellista innato de enorme talento, ejecutaba ocasionalmente el contrabajo. Además de desempeñarse como instrumentista tenía una gran afición por la reparación y restauración de los instrumentos de cuerda: violines, violoncellos, etc. Entre sus logros como luthier se cuenta la restauración de un presunto violoncello Jacob Steiner, que supuestamente habría pertenecido al General José Antonio Páez, instrumento descubierto por el propio Andrés Añez en Acarigua. Se destacó como violoncellista en un cuarteto con piano, violín y flauta fundado por él mismo en compañía del flautista José María Pérez. Su hijo Carlos fue un violoncellista de dotes y talentos quien tuvo como único maestro a su hábil e inteligente padre.

A partir de la fecha de instalación, la «Unión Filarmónica de Caracas», después de afianzar sus bases organizativas y haber reclutado un mayor número de socios, convoca a ensayo para la preparación del primer concierto que tuvo lugar el día lunes 29 de mayo de 1922, en el Teatro Nacional. El concierto estuvo precedido por un discurso de presentación escrito por Don Lisandro Alvarado, pero leído por el señor Ramón Hurtado, por indisposición del panegirista. Miss Thaïs, aplaudida violinista y de paso por Caracas, fue la solista en dicho concierto. Lamentablemente no ha llegado hasta nosotros el programa del mismo.

En sus primeros meses de vida la sociedad hace todo lo posible por imponerse en el logro de sus objetivos. Se propone hacer socio honorario al General Juan Vicente Gómez y otras personalidades influyentes del gobierno, pero éstas corresponden con la mayor indiferencia. Para el mes de junio del mismo año ya la orquesta prepara un segundo concierto en base a las siguientes obras.

Primera parte

a) Beethoven – Obertura “Egmont”
b) Saint-Saëns – Bacanal de “Sansón y Dalila”
c) Michielo – Czardas números 1, 2 y 3

Segunda parte

d) Schubert – Sinfonía “Inconclusa”
e) Rubinstein – “Romanza”, en mi bemol
f) Rachmaninoff – “Preludio célebre”
g) R. Strauss – “Adagio Cantabile”
h) Mancinelli – Marcha final de la ópera Cleopatra

A pesar de los inconvenientes, después del segundo concierto, la Junta Directiva de la Sociedad, presidida por Vicente Martucci, piensa que en lo sucesivo se podría cobrar entradas a los conciertos. Efectivamente, el tercero estuvo anunciado en el Teatro Municipal con precios de localidades que oscilaban entre los Bs. 30,00 (palco), Bs. 5,00 (patio), Bs. 4,00 (balcón), Bs. 1,00 (galería). Además, se dispuso de un descuento especial del 50% para los miembros de la Academia de Bellas Artes y los profesionales de la música. El evento fue reseñado en los diarios, «Heraldo» y «Patria».

Durante el año 1922 se adhieren a la Institución muchos otros socios, gracias a quienes es posible la realización de los cuatro conciertos que ofrecieron ese año. Entre ellos cabe mencionar a los siguientes, César Guzmán, Juvencio Ochoa, Federico William Hollingsworth, Teófilo R. León, Lutecia Fuenmayor, Víctor M. Álvarez, Maximiliano R. Ochoa, Antonio J. Ramos, Pedro Antonio Ríos-Reyna, Pedro Antonio Urea, Gabriel Montero, Ricardo Muro, Sabino Stopello, Rafael de J. Piñate, Adrián Espejo, Víctor M. Moret, Avelino Sandoval, y muchos otros.

Después de su primer año de existencia, la «Unión Filarmónica» tiende a fortalecerse como institución. Todos sus integrantes se sienten plenamente identificados con ella, bajo un mismo ideal. El Maestro Vicente Martucci en la presidencia de la Junta Directiva es la personalidad rectora del movimiento cuyo balance fue sumamente positivo, durante su primer año. Por este motivo, previendo los estatutos electorales anuales de la Junta Directiva, Martucci es reelegido como presidente de la Organización para el período 1923. Durante los primeros meses de ese mismo año se van sumando otros integrantes a la Sociedad en calidad de nuevos socios.

Pero no todo fue una carrera ascendente para este grupo de «filarmónicos». A mediados del segundo año de vida de la agrupación comienzan a manifestarse una serie de acontecimientos que crearon muchos dolores de cabeza para los afiliados. El 28 de julio de 1923 la orquesta interviene en un funeral en memoria de Juan C. Gómez, hermano del dictador y vicepresidente de la República, quien fuera asesinado un mes antes. Los gastos que afrontó la «Unión Filarmónica» fueron muy superiores a lo previsto, razón por la cual la Sociedad se vio al pie de la quiebra, porque muchísimos socios adeudaban sus cuotas de participación. Vistos en la necesidad de implantar medidas para recuperar las pérdidas, se amenazó a los miembros con separarlos de la institución si no cancelaban sus moras. El Gobierno Nacional, por su parte, agradeció mucho a la Orquesta el acto fúnebre, pero no fue capaz de socorrerla cuando se veía al borde de la ruina. El cobro insistente de las mensualidades por parte de los directivos de la asociación creó un ambiente de fricción entre los afiliados, lo que motivó una merma en la cantidad de ensayos y conciertos.

Con esperanzas de recaudar mayores fondos, la directiva de la orquesta acepta gustosa las proposiciones de nuevos socios, integrándose a partir del 20 de agosto de ese año los siguientes personajes: P. Arcila Ponte, Vicente Emilio Sojo, Mariano Hernández, Teófilo Pérez y Domingo Cocentino.

A fines de septiembre, Vicente Martucci decide hacer un viaje a Europa por motivos de salud, aparentemente sin notificarlo a la Unión. Quedando la presidencia en manos de José Sarno, vicepresidente, renunció éste a su cargo. El día 1 º de octubre, reunida la asamblea se elige al veterano Dr. Manuel Leoncio Rodríguez para suplir el cargo vacante, pero no acepta. En la misma asamblea se procedió, pues, a elegir a otra persona para tan importante cargo, recayendo la mayoría de votos y la confianza de todos sobre la persona de Vicente Emilio Sojo, quien tenía apenas dos meses dentro de la asociación. Sojo expresó sus temores en aceptar el cargo por la responsabilidad que significaba, pero los asambleístas lo persuadieron a decidirse. El Maestro alegó que la «Unión Filarmónica» se estaba ocupando más en la parte material de su existencia y que estaba olvidando uno de los principios fundamentales por el que fue creada, o sea, el perfeccionamiento artístico de sus afiliados, y que él se pronunciaba más por esto último, razón por la que temía entrar en dificultades con sus colegas si asumía el cargo. Pero la confianza de la asamblea pudo más que el desinterés del Maestro quien desde ese momento tomó el timón del grupo, hasta e1 retorno de Vicente Martucci, seis meses después.

Para colmo de males se encuentran en la situación de casi no poder pagar el alquiler del local que utilizan, por ser muy costoso y muy exangües las arcas. Se le pide a Sojo su influencia para obtener del director de la Academia de Música y Declamación (hoy Escuela «José Ángel Lamas») un permiso para efectuar las reuniones en aquel edificio mientras conseguía un local menos oneroso. El entonces director del Instituto Docente, profesor Hilario Machado Guerra, accedió gentilmente a la petición. La Unión, imposibilitada de seguir pagando el local por culpa de los miembros morosos, se traslada a la Academia. Los deudores fueron exhortados a cancelar las deudas antes de dos semanas bajo pena de expulsión. Pero era el caso que muchos de ellos demostraron tan grave situación económica, que los directivos decidieron hacer un «borrón y cuenta nueva» con la finalidad de no poner en amenaza la supervivencia de la Sociedad.

En marzo de 1924 regresa al país Vicente Martucci y aplaude las gestiones que hiciera, durante su ausencia, Vicente E. Sojo por mantener, resguardar y apaciguar a la institución a pesar de las intrigas, las rivalidades y los consabidos inconvenientes económicos. Martucci manifiesta que está decidido a luchar y a sacrificarlo todo por la «Unión Filarmónica» a la vez que desea poner en práctica algunas innovaciones según las usanzas que pudo apreciar en su viaje al Viejo Mundo. Al mes siguiente se verifican las elecciones para la Junta Directiva quedando reelecto Martucci en la Presidencia y Sojo en la Vicepresidencia. Se nombran como socios honorarios algunas personalidades públicas, entre otras, al Gobernador del Distrito Federal. Se decide dividir el conjunto, que ya contaba muchos integrantes, en dos orquestas, una grande, otra pequeña. La primera bajo la batuta de Martucci, la segunda bajo la de Sojo. Ambos maestros se encargarían de fomentar el «progreso artístico» entre los músicos.

Al mes siguiente (mayo) se afilian las siguientes personas: Primo Mosquini, Juan Bautista Plaza. Raúl Borges, Adolfo Montero, Francisco Tamayo, Pedro Elías Gutiérrez.

Acto seguido, el Maestro Martucci propone que se haga un concierto en homenaje a Beethoven por celebrarse ese año el centenario de su Novena sinfonía. Dicho concierto no podía tener lugar antes del mes de diciembre porque no se encontraba en Caracas la partitura de la obra; era menester encargarla a Europa. Mientras tanto, Martucci pide a sus músicos «mucho estudio» para poder realizar el proyecto. Igualmente, reparte varias partituras y papeles de música entre algunos socios con el objeto de que éstos las vayan copiando (¡a mano por supuesto!) a fin de poder ejecutarlas lo más pronto posible. Por otra parte, se nombró a Juan Vicente Gómez, presidente de la República, en calidad de socio honorario. El dictador aceptó la honrosa designación, pero jamás se mostró inclinado a favorecer, ayudar, apoyar o estimular a los músicos sinfónicos.

La «Unión Filarmónica», entre los varios objetivos que perseguía contaba hacer las veces de sindicato de sus afiliados. La solidaridad entre los mismos fue admirable. En agosto de 1924, el violoncellista Andrés Añez se vio obligado a someterse a una costosísima operación quirúrgica. Ante la manifiesta falta de recursos del músico, sus colegas organizan una colecta entre todos para sufragarle los gastos de galenos y hospitalización. Igualmente es del máximo sentir humanitario la actitud que tomaron para con un compañero (omitimos su. nombre por obvias razones) que debió ser recluido en el leprocomio de Cabo Blanco atacado por la fatal enfermedad. El recluso nunca dejo de recibir partituras para su esparcimiento en la amargura de su encierro.

Las esporádicas funciones sindicales de esta Sociedad impulsaron a un grupo de sus miembros a elaborar un reglamento sobre las condiciones que debían regir, durante las temporadas de teatro en las orquestas donde tomaban parte miembros de la Filarmónica.

Una vez subsanados los descalabros económicos, a mediados del año 1924, la Unión vive su época más floreciente. No obstante, en octubre de ese año se retiran voluntariamente de ella algunos miembros debido al intenso trabajo que efectuaban en otras actividades musicales. Los aludidos son: Benito Rivas, Juan M. Tovar, José Lamberti y Pedro Elías Gutiérrez. El año fue clausurado con un concierto en la Escuela de Música y Declamación con motivo del Centenario de Ayacucho. El entonces menor de edad Ángel Sauce, debidamente autorizado por su representante, hace petición para ingresar al centro; ingresan igualmente Abel León y Guillermo Araujo.

Debido a las múltiples ocupaciones de los integrantes de la «Unión Filarmónica», los ensayos para la preparación de los conciertos no se verificaban más de una o dos veces por semana, razón por la que era imposible efectuar más de cuatro o cinco presentaciones anuales. El año 1925 es quizá el más fructífero económicamente para la Sociedad. Después de un concierto a beneficio de «La gota de leche», ofrecido durante el mes de marzo de ese año, el corte de cuentas hecho con motivo de las elecciones de la Junta Directiva para el mes de abril arrojaba un balance positivo, a favor de la Institución, por el orden de los Bs. 1.249,80. Dichas elecciones elevaron a la presidencia del organismo al eminente violinista José Lorenzo Llamozas.

Según se desprende del Libro de Actas de la Sociedad, el año 1925, transcurrió para el mismo sin mayor pena ni gloria, mientras los Maestros Martucci y Sojo trabajaban pacientemente por el mejoramiento profesional de los instrumentistas de la orquesta. Es notorio el hecho, que el Maestro Sojo regaló un oboe a la agrupación, «instrumento del que carecía la Sociedad y la orquesta» ( ¡) recomendando a Marco Tulio Eugenio «para que lo estudie». Igualmente se hace notoria la falta de ejecutantes de fagote y trompas.

Un momento de reflexión, paréntesis obligado en estas líneas, nos hace imaginar cuán ardua y contrariada ha debido ser la gesta de Martucci y Sojo, en su deseo de elevar la Orquesta, para dotar a la ciudad con un instrumento completo y eficaz para el pleno goce estético de oyentes y ejecutantes de las más logradas partituras de los Maestros de la música. Imagínese una orquesta con carencia de oboes, trompas y fagotes. Los forjadores de la epopeya musical venezolana del siglo XX no tenían otro camino que estimular, enseñar, proteger y seguir enseñando a los inquietos y feroces amateurs cuyo único pecado dentro del reaccionario latifundio dictatorial, agropecuario, represivo y enclaustrante consistía en su anhelo por ser dignos profesionales de la música, con metas de aspiración comparables a las de otras latitudes y continentes.

En abril del año siguiente, 1926, se convoca la asamblea para los escrutinios de la Junta Directiva cuyos resultados fueron los siguientes:

Presidente: Dr. Manuel L. Rodríguez
vicepresidente: Miguel Ángel Flores
Tesorero: César Travieso
secretario general: Pedro Antonio Ríos-Reyna

El libro de Actas de la «Unión Filarmónica», que ha sido la base documental del presente capítulo sobre aquella organización, transcribe algunas sesiones de la misma donde no aparecen datos o facetas de importancia sustantiva. Sin embargo, dicha Junta Directiva parece no haber tomado muy en consideración la transcripción de sus aconteceres subsiguientes porque, misteriosamente, a partir de esa fecha hay un vacío de dos años y medio. En seguida se asienta la última sesión de la Junta Directiva de la Unión Filarmónica de Caracas que tiene lugar el día 26 de enero de 1929. Hela aquí:

 Presidente, Dr. Manuel L. Rodríguez. Asistente el Tesorero, César Travieso, el Secretario General, Pedro Antonio Ríos-Reyna; Vicepresidente Martucci, Vicente Emilio Sojo, Max Ochoa, Manuel Cardona, Salvador L. Moreno, José María Pérez, Pedro A. Urea, J. de P. Martínez, Ángel Sauce, Agustin García,. Daniel Blanco, Antonio Estévez, Juan Garrote. Hay quórum y se abre la sesión.

Se propone poner en venta los instrumentos que había adquirido la Sociedad para invertir ese dinero en útiles cosas con que socorrer a los Damnificados (sic) de Cumaná; tomando en cuenta que esos instrumentos están en manos de señores que se benefician con ellos sin preocuparse para nada de la Sociedad.

Se procede a un inventario de los útiles e instrumentos que posee la sociedad dando este resultado:

1 cesta
13 atriles
60 sillas
15 colgadores
1 fagote
2 oboes
1 corno inglés
1 trompa
3 pantallas, cables, dos sócates
1 carpeta
1 timbre
1 mesa

Queda disuelta por unanimidad la Unión Filarmónica de Caracas y por unanimidad se convino en vender todos los útiles e instrumentos de que dispone la Sociedad para invertir ese dinero en camas, cobijas, etc. para enviarlas a Cumaná».

Hasta ahora nos ha sido imposible detectar las causas que hicieron fracasar a esta Sociedad Filarmónica. Como se ha visto, las circunstancias en que sus miembros trataban de superarse eran realmente caóticas. La noticia de la llegada a Caracas del cine sonoro debió ser motivo de muchas angustias y desvelos para los músicos que devengaban sus ingresos tocando sus instrumentos en los cines mudos. Como se recuerda, la primera película con sonido data del año 1927. No obstante, cuando el violinista Ascanio Negretti regresa al país en 1929 después de haber culminado sus estudios en el Conservatorio de París, su proyecto de fundar una orquesta sinfónica en unión de otros colegas se basaba precisamente en «recoger» a todos los músicos que formaban los distintos conjuntos adscritos a los teatros de la ciudad.

Como habrá podido intuir el lector, la «Unión Filarmónica» es la experiencia inmediatamente anterior a la fundación de la «Orquesta Sinfónica Venezuela», la cual surge después de haber transcurrido escasamente un año de la disolución de aquella. Confróntese las listas de los integrantes de la «Unión Filarmónica» con las listas de los fundadores y adheridos a la Orquesta Sinfónica Venezuela. Esto es indicio de una continuidad en el proceso y desarrollo de la música venezolana del presente siglo, tal como veremos más adelante.

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