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La orquesta en el contexto musical de occidente

Más de Cincuenta años de historia

Calzavara, Alberto | (1980). Trayectoria cincuentenaria de la Orquesta Sinfónica Venezuela 1930-1980 (Ensayo)

En la tradición de la cultura musical de occidente tiene la orquesta, o conjunto de instrumentos que agrupados entre sí ejecutan a concierto, un capítulo muy especial, una función básica que se enmarca dentro de la gran Historia de la música. La orquesta Sinfónica tal como la conocemos hoy en día, integrada por un centenar de ejecutantes, es el producto de un lento proceso evolutivo que ha estado sujeto a las más variadas circunstancias de necesidades musicales y expresivas. El grupo de los instrumentos de cuerda, aliento y percusión que la constituyen son en esencia la suma de los máximos recursos acústicos de timbre, sonoridad, color y variedad que ofrecen dichos instrumentos.

No ha querido al azar, a través de los siglos, que los músicos se hayan reunido para tañer en conjunto. El fenómeno responde a la necesidad de éstos de buscar y conseguir cada vez efectos más variados, para lograr una textura sonora cada vez más interesante y combinar las potencialidades expresivas de los recursos instrumentales; en síntesis, un afán por obtener una paleta colorística de mayor amplitud en cuanto a su gama sonora.

Sin embargo, la agrupación de músicos en conjunto ha estado siempre sujeta durante todas las épocas a muchísimos inconvenientes y dificultades. Las orquestas han tenido dos clases de existencia en lo que respecta a su constitución en cuanto tal. Por una parte como reunión esporádica de músicos para ejecutar en determinada ocasión; por otra, la fortuna de poder ser estables, es decir, organizadas por tiempo indefinido desarrollando funciones regulares en cuanto a eventos y presentaciones.

Durante el siglo XVIII una orquesta estable era privilegio de las más sofisticadas cortes europeas. Los músicos se empleaban en ellas en calidad de sirvientes del rey, príncipe o conde y cumplían sus funciones específicas en cuanto a horarios y disponibilidad para los eventos del palacio según se requiriera. Quizás la más célebre orquesta al servicio de un noble fuera aquella que dirigía Joseph Haydn en la corte del príncipe Esterhazy. Dicho compositor trabajó allí la mayor parte de su vida; no obstante, gracias a la facilidad que significaba para Haydn tener la orquesta a su orden, pudo experimentar y desarrollar el género «sinfonía» a su plena satisfacción. El grupo de Esterhazy estaba compuesto por 23 músicos, cuya condición social era, como se dijo, de lacayos.

Algunas orquestas eran más numerosas. Aquellas de Mannhein, bajo la dirección de Stamitz, disponía de 40 integrantes. Algunas cortes, por su parte, contaban también con orquestas de ópera, según fuera la preferencia del noble, bien por la música operática, o bien por la música instrumental.

Como puede intuirse, las orquestas permanentes sólo podían existir bajo la protección de los poderosos señores que las mantenían. Esto no significó que la música orquestal tan solo se oyera en la opulencia de la nobleza. La iglesia jugó un papel importantísimo en el siglo XVIII porque, aunque no contaba con grandes orquestas estables en sus coros o tribunas, poseía un reducido grupo de músicos dirigidos por un Maestro de Capilla quien se encargaba de contratar a músicos foráneos para los eventos religiosos más importantes que siempre iban «solemnizados» por partituras cónsonas con los sentires litúrgicos. Tal como veremos más adelante, fue este sistema de contratación ad-Hoc, el que se utilizó en la Catedral de Caracas durante el importante período de nuestra música colonial.

Los cambios socio-económicos originados a raíz de la revolución francesa significan un giro radical en el quehacer musical. Los criados son despedidos por sus patronos, y los músicos, sirvientes, corren con igual suerte. De la tranquilidad del oficio y la manutención asegurada en la corte, el músico pasa a la situación más espinosa de buscar su sustento por su libre riesgo. Habiendo quedado atrás el rococó y el siglo de las luces, el músico entra en el romanticismo más tardíamente que los demás artistas; vive la bohemia y el individualismo se acentúa cada año. La música ha pasado así de ser una «sirvienta» para convertirse en una profesión liberal.

El nuevo status social del músico, una vez terminada la época de los contratistas aristócratas, obligó a que aquél se viera en la necesidad de organizarse, agruparse en asociaciones gremiales, sociedades o cofradías cooperativas con la finalidad de contar con los diversos instrumentos indispensables para la formación de orquestas, las cuales se hacían imprescindibles para la representación de óperas y conciertos. Bajo el estímulo económico de la oferta y la demanda, cuyo dividendo era siempre miserable para los músicos, eran los adinerados empresarios quienes se favorecían abundantemente.

La ventaja de la libre empresa hizo que los músicos, sus amigos y melómanos en general, sin mayores pretensiones de lucro, crearan las «Sociedades Filarmónicas», o «Sociedades Sinfónicas» tal como han perdurado hasta nuestros días. De esta forma, el músico se liberaba un tanto de las apetencias comerciales y gestionaba él mismo, de manera colectiva, su iniciativa musical. Dichos empresarios, ávidos de lucro, manejaban la casi totalidad del mundo de la ópera, mientras que las sociedades filarmónicas fomentaron el interés por el concierto sinfónico. Los músicos completaban sus fuentes de ingresos con ambas actividades: orquestas de ópera y orquestas de concierto.

Dentro de las sociedades que acabamos de comentar, cabe señalar que ya existían algunas de ellas en Inglaterra durante el siglo XVIII, pero no fue hasta el año 1813 cuando se funda en ese país la «Sociedad Filarmónica de Londres» para la cual Beethoven compuso su Novena Sinfonía, hecho que le mereció haber recibido 100 libras de obsequio por parte de la Sociedad Londinense. Junto al título de la obra el compositor escribió: «Gran sinfonía, escrita para la Sociedad Filarmónica de Londres». Con la creación de esta institución se formó un centro de cultura musical parangonable al de la «Sociedad Amigos de la Música», de Austria, asociación con objetivos similares.

Al transcurrir el siglo XIX se van fundando sociedades sinfónicas o filarmónicas (1) en las principales ciudades de Europa, y durante la segunda mitad de esa centuria se crean algunas en América, en los Estados Unidos principalmente. Las fechas en que fueron establecidas las más antiguas e importantes orquestas en Norteamérica demuestran el interés por la música orquestal en aquel país fue muy similar al del viejo mundo. La orquesta «Filarmónica de Nueva York» se fundó en 1842, año en que se forma la «Orquesta Filarmónica de Viena» con músicos de la ópera de esa ciudad. El incremento musical endicha metrópoli fue tan rápido, en relación a su tiempo, que ya para el año 1878 contaba con una segunda orquesta: la «Sinfónica de Nueva York». Posteriormente, los habitantes de las más grandes ciudades norteamericanas disponían de orquestas sinfónicas en su comunidad: Boston (1881), Chicago (1891), Cincinnati (1895) y Filadelfia (1900).

Nuestra Venezuela también ha tenido un desarrollo musical digno de considerarse como uno de los logros socio-culturales más importantes. Las valiosísimas investigaciones históricas de algunos inquietos compatriotas, tales como el inolvidable profesor José Antonio Calcaño y el Maestro Juan Bautista Plaza, han echado las bases para cualquier estudio posterior de nuestra historia musical. A estos descubrimientos se han ido sumando los aportes de otros investigadores entre los que podemos mencionar a Rhazes H. López, Israel Peña y el profesor Eduardo Lira Espejo.

Si bien la tradición musical venezolana no es comparable con la de los países europeos, obvio resulta que, sin menosprecio de ninguna clase, se enmarque dentro de estructuras muy singulares y en el contexto musical latinoamericano. Históricamente ofrece características muy especiales. Esperamos que algún día puedan ser evaluadas y discutidas con mayor propiedad y que se haga un balance mucho más positivo en cuanto a su apreciación cualitativa. No obstante, creemos que un esbozo de la trayectoria de la Orquesta Sinfónica Venezuela, objeto del presente libro, reclama una mirada al pasado anterior a su fundación.

La existencia de orquestas estables en Venezuela durante la época colonial del siglo XVIII es un hecho que está sin confirmar. Sabemos con certeza que hacia el año 1775 empieza un movimiento de producción musical de gran importancia que se extiende ininterrumpidamente hasta el año 1812, fecha cuando comienzan los profundos cambios políticos, sociales, económicos y militares propios de la gesta emancipadora. Durante ese período, que cubre aproximadamente unos cuarenta años, abundan las composiciones y los compositores. Lamentablemente solo ha quedado hasta nuestros días las obras religiosas, en gran abundancia, debido a que estuvieron archivadas en las iglesias a salvo de los interminables saqueos de las guerras independentistas y las subsiguientes guerras civiles que azotaron el país durante el pasado siglo. Nos resistimos a creer que los compositores coloniales hayan cultivado exclusivamente el género da chiesa, aunque la evidencia y los documentos demuestran que el auge y estímulo de las diversas parroquias y cofradías caraqueñas fue lo suficientemente decisivo en esa acometida.

Para el año 1780 la Tribuna de la Catedral de Caracas contaba con un equipo de músicos asalariados cuyas plazas eran las siguientes: Un maestro de capilla, un organista, un teniente de organista, cuatro voces cantantes, dos violinistas, un ejecutante de violón y un bajonista. Además, existía en dicha tribuna un clave para el uso del Maestro de Capilla. Este reducido ensemble, sin llegar a ser orquesta, era el encargado de ejecutar la música de las funciones eclesiásticas. Sin embargo, las partituras de Juan Manuel Olivares, un Caro de Boesi y un Bartolomé Bello, compositores que suministraron obras a la Catedral en esa época, exigen una instrumentación mucho mayor. Debido a que las rentas del a Catedral eran bastante reducidas como para mantener una orquesta, el problema era subsanado con la contratación a destajo de un grupo adicional de músicos que ejecutaba tan sólo en las funciones de solemnidad, tales como los días del Corpus, la Semana Santa, Navidad, etc.

Ahora bien, tomando en cuenta que las partituras antes aludidas exigen una instrumentación rudimentaria de dos oboes, dos trompas, violines primeros, violines segundos, viola y bajo y que en los papeles de contabilidad de la Catedral de Caracas aparecen partidas para el pago de «Diez músicos foráneos para los días de solemnidad», podemos deducir que la orquesta que interpretaba las obras en cuestión no pasaba de 15 integrantes. Esta práctica parece haber persistido en la Catedral por lo menos hasta los días del año 1812, a juzgar por los libros de cuentas que siempre testimonian un promedio de «Diez músicos foráneos».

De lo anterior se desprende que había en la ciudad los músicos necesarios para la formación de orquestas. Cómo era su constitución y las obras que ejecutaban en sus intervenciones públicas, es todavía una incógnita por despejar.

Según las investigaciones hechas hasta ahora, nuestra historia de la música presenta grandes lagunas, vacíos, contradicciones y apreciaciones que dejan entrever una producción sumamente irregular en su proceso evolutivo.

Nos parece evidente y constante, a través de las interpretaciones que hemos hecho de los textos sobre la materia, que en Venezuela se verifica un lento proceso de decadencia durante todo el siglo XIX, el cual llega, incluso, hasta los primeros lustros del presente novecientos.

Si acabamos de mencionar una «decadencia» es únicamente con respecto al auge, o importancia que, según los tratadistas, logró la música colonial venezolana. En caso de ser acertada la hipótesis de que el siglo pasado fue un lento decrescendo en cuanto a la calidad y cantidad del fenómeno musical, nos sentimos inclinados a obviar los aconteceres musicales de dichos años y a comentar con cierta continuidad a partir de una fecha más cercana a nuestra centuria.

La época de Antonio Guzmán Blanco se caracteriza por una grandilocuencia cónsona con sus delirios de grandeza y poder. Seducido por el boato y la suntuosidad ornamental del Segundo Imperio Francés su vanidad personal no conoció límites de codicia. Aunque por su afán por el liberalismo implantó medidas de sumo alcance como la Instrucción Pública Obligatoria y otras, la música parece haber tenido en su época una función complementaria en el tren de las aparatosas magnificencias.

Las inauguraciones de las estatuas ecuestres del Ilustre Americano eran motivo para desplegar una serie de actos con carácter «cultural»: certámenes literarios y conciertos. Con igual pompa y demagogia era estrenada cualquier obra pública. El 29 de julio de 1873 la comisión del Congreso para la inauguración de los monumentos ecuestres de Guzmán Blanco acuerda que para dicho evento se haga un certamen literario y un gran concierto en el edificio de la Universidad.

A propósito del develamiento del pedestal del Ilustre Americano el 28 de octubre de 1875 se celebra un gran concierto vocal e instrumental en el salón Oriente del Capitolio en cuyo programa figuraron, entre otras obras de poca importancia, una sinfonía de Kaliwoda y nada menos que el scherzo y final de la sinfonía coral de Beethoven. Esto es un indicio de que con esfuerzos en Caracas se podía reunir una orquesta para la interpretación de obras de esa envergadura.

En noviembre de 1881, el importante personaje de la vida musical caraqueña de entonces, José María Velásquez, es el encargado de organizar la orquesta que interviene en los actos que celebra la Universidad Central con motivo del centenario de Andrés Bello. Para el evento recibe de la Comisión Organizadora la cantidad de Bs. 480; cifra enorme para aquellos días. Esto nos hace suponer que se trataba sin lugar a dudas de una orquesta de grandes proporciones.

Dos años más tarde Guzmán decreta una serie de eventos para la celebración, en 1883, del Centenario del Natalicio del Libertador. Los edictos, impresos en múltiples folletos, proveían una cantidad de disposiciones al efecto. En lo que respecta a la música se contemplaba lo siguiente: «Durante esta festividad, orquestas debidamente organizadas tocarán piezas adecuadas a los diversos actos». Por otra parte, en la sesión del 19 de julio de 1882, también con motivo del Centenario de Bolívar, el dictador decreta, entre otras cosas, lo siguiente: «La enumeración de los músicos que puedan formar parte de una orquesta y la especificación de los instrumentos» ( … ) «Que nombren comisiones para reunir la letra y música de los aires y canciones populares de las antiguas canciones patrióticas y demás composiciones de algún mérito». (2)

Los ejemplos anteriores son tajantes en cuanto a demostrar que no había orquesta estable en Caracas hace exactamente un siglo atrás. Sin embargo, durante tales años tienen lugar algunos acontecimientos que merecen ser señalados en estas líneas.

Precisamente en 1870 nace Pedro Elías Gutiérrez, músico y compositor que llena toda una época con piezas que calaron en lo más hondo del sentir nacionalístico. Fortuna muy diferente tuvo la vida y obra de Reynaldo Hahn, cuatro años menor que Gutiérrez. Algún tiempo después aparece en escena nuestra hoy secular Escuela de Música.

Por decreto del presidente Linares Alcántara, con fecha tres de abril de 1877, se crea el «Instituto de Bellas Artes». El artículo primero del documento contempla: «Se crea en la ciudad de Caracas, capital la Unión Venezolana, un Instituto de Bellas Artes que se compondrá por ahora de una sección de dibujo y pintura, otra de escultura y otra de música». (3)

Hacia fines del mismo año contaba con una matrícula de cuarenta y siete alumnos. Para el año 1912 se separan las dos ramas que forman el Instituto (música y artes plásticas). En esta escuela oficial se formaron muchos músicos que tuvieron importante misión posterior. La misma, que todavía existe hoy en día, pero con el nombre de Escuela de Música «José Ángel Lamas» ha sido la responsable del importantísimo desarrollo musical venezolano que se ha gestado en el siglo XX. Tuvo igualmente, como se verá más adelante, una influencia fundamental en los primeros años de nuestra Orquesta Sinfónica Venezuela.

Federico Villena, uno de los más importantes compositores del siglo XIX, produce sus mejores obras en el período comprendido a partir de 1870. Su muerte, acaecida en 1899, cierra un largo capítulo musical venezolano.

Dentro de las reformas arquitectónicas que proyectó Guzmán Blanco no podía faltar un gran teatro de ópera. Habiéndose derribado el colonial templo de San Pablo, en su mismo lugar se procedió a la edificación del coliseo, que hoy en día se llama Teatro Municipal de Caracas. Pero entonces llevaba el apelativo de su constructor. Es así como se inaugura el Teatro «Guzmán Blanco» el día primero de enero de 1881 con la presentación de la ópera Hernani, de Verdi. A partir de entonces Ias más famosas compañías de óperas italianas y francesas incluyen 1l1•11tro de sus peregrinajes actuaciones en dicho recinto. Notorio era el hecho de que estas compañías llegaban a Venezuela con un equipo de músicos para que unidos con los ejecutantes locales constituyeran la orquesta. El actual Teatro Municipal ha jugado un papel importantísimo dentro del movimiento musical caraqueño.

En ese mismo año de 1881, el gobierno guzmancista decreta la emisión del «Himno Nacional de Venezuela», cuya música y letra corresponden a la canción «Gloria al Bravo Pueblo», entonada por los patriotas durante la gesta independentista, setenta años antes.

Por otra parte, Don Salvador Llamozas, importante hombre de las artes venezolanas, funda en 1882 una revista quincenal llamada «La lira venezolana», dedicada a temas musicales y literarios.

La gran pianista Teresa Carreño, venezolana de nacimiento, pero radicada en Europa, hace una triunfal visita al país en 1886. Caracas tiene así la fortuna de oír a la intérprete genial, aclamada allende los océanos. La Carreño no sólo se contenta con dar conciertos en su ciudad natal, sino que se interesa por visitar otras ciudades del país. Aunque la huella de su estadía en la patria fue enorme, no pudo sembrar ni abonar el terreno en pro del desarrollo musical venezolano. Un año más tarde, en 1887, nace en Guatire el maestro Vicente Emilio Sojo.

Venezuela entra al siglo XX con una dictadura a cuestas que desembocará directamente en el régimen vitalicio de Juan Vicente Gómez, y perdurará hasta el año 1935. El panorama musical aparece más desolador que nunca, salvo en lo que respecta a orquestas y conjuntos de baile. Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez mantienen orquestas para estos fines. Mientras en Europa la música entra en una etapa de profundos y rápidos cambios evolutivos, cuando comienzan a vislumbrarse las crisis que terminarán con la abolición total de la tonalidad, y las demás ramas del arte principian por convulsionarse para originar el expresionismo alemán, el futurismo, el dadaísmo y el surrealismo, Venezuela continúa divirtiéndose con orquestas de baile y óperas de Verdi y Donizetti. Nuestro país desconoce los entonces difíciles trances del arte y sus crisis estéticas. Hacia fines de la primera guerra mundial es cuando se conocen en Caracas algunas obras de César Frank, Gabriel Fauré y Claude Debussy.

La llegada del cine mudo a Venezuela trajo como consecuencia una nueva fuente de trabajo para los músicos y un cierto estímulo entre algunos pequeños sectores de la clase media por ejercitarse en algún instrumento con el objeto de desempeñarse en los pequeños conjuntos que «amenizaban» las proyecciones de películas en los diversos teatros. El cine entró sin previo aviso; su furor creció inmediatamente en los de públicos ávidos de entretenimiento, desplazando paulatinamente la zarzuela y la ópera. Cada película que llegaba del extranjero venía acompañada con un puñado de partituras y particelle destinadas a varias combinaciones de instrumentos musicales, según la disponibilidad del teatro. Los músicos debían desarrollar una actividad de rutina. Las partituras impuestas por los productores de películas eran, la mayoría de las veces, arreglos de aires y canciones, adaptaciones mediocres de temas operáticos, etc. En suma, músicas y efectos sonoros muy apartados de las enseñanzas del Conservatorio.

Caracas contaba por los años inmediatamente posteriores a la primera guerra con varios teatros dedicados casi exclusivamente a la proyección de films. Dichos cines poseían pequeños conjuntos orquestales estables cuyos integrantes concurrían todas las noches a las funciones en calidad de empleados del teatro. Entre los más famosos estaban «El Rialto», y el «Olimpia». El primero contaba con una orquesta de unos 16 elementos, la orquesta del segunda era algo más pequeña. No obstante, esto garantizaba un sueldo fijo a los músicos, quienes no siempre eran profesionales exclusivos de la música; algunos se desempeñaban en los más diversos oficios como zapateros, linotipistas, etc.

Caracas contaba por los años inmediatamente posteriores a la primera guerra con varios teatros dedicados casi exclusivamente a la proyección de films. Dichos cines poseían pequeños conjuntos orques­tales estables cuyos integrantes concurrían tedas las noches a las fun­ciones en calidad de empleados del teatro. Entre los más famosos esta­ban «El Rialto», y el «Olimpia». El primero contaba con una orquesta de unos 16 elementos, la orquesta del segunda era algo más pequeña. No obstante, esto garantizaba un sueldo fijo a los músicos, quienes no siempre eran profesionales exclusivos de la música; algunos se desempeñaban en los más diversos oficios como zapateros, linotipistas, etc.

Sabido es que Vicente Emilio Sojo se ganó la vida durante varios años como torcedor de tabaco y pintor de brocha gorda.

Algunos hoteles de categoría disponían de pequeños conjuntos como tríos, cuartetos y quintetos para la amenización de comidas. En ciertas ocasiones tocaban alternando con las orquestas de baile de alguna sofisticada fiesta, o para hacer más placentera la ocasión de algún five o´clock tea. En todo caso, existía una bien marcada diferencia entre los músicos en cuanto a jerarquía gremial: músico de atril y músico de baile. Los primeros tenían a deshonra compartir las labores de los segundos, quienes estaban prácticamente vetados de ejecutar tanto en cines, como en teatros de ópera y zarzuelas. Las frecuentes temporadas teatrales de estos géneros durante varios meses, razón por la cual el “músico de atril” estaba pocas veces desocupado. Por otra parte, no hay que olvidar que también existía la Banda marcial (hoy Banda Municipal) fundada a fines del pasado siglo en cuyas actividades se desempeñaba una gran cantidad de los mejores músicos de la capital. La Banda era la única organización que ofrecía salarios a sus integrantes. Este conjunto, como es obvio, estaba formado únicamente por instrumentos de aliento, razón por la que descollaren magníficos instrumentos de clarinete, trombón, trompeta y bombardino. La Banda Marcial estuvo dirigida durante muchísimos años por Pedro Elías Gutiérrez, fecundo e inspirado compositor quien contaba con este conjunto para la ejecución de sus obras. Muchas páginas de la vida musical caraqueña de entonces fueron llenadas por la célebre Banda Marcial. Esperamos que algún día se valorice y estime la gran importancia que tuvo esta agrupación en el desarrollo de nuestra música nacional. Con todo, este era el panorama para el año 1922, fecha cuando, comienza una nueva etapa en la historia de la música del país con la fundación de la «Sociedad Unión Filarmónica de Caracas».

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