Por Felipe Izcaray
Un muchacho entusiasta, joven universitario de ideas incompletas sobre todas las cosas, pero ávido de conocimiento, y siempre buscando detalles, frecuentaba la oficina del Maestro Vicente Emilio Sojo por allá por los últimos años de la década de los 60. Ese muchacho lo acompañaba a conciertos, audiciones de discos, al cine, casi siempre en compañía de Teo Capriles. Ese muchacho era yo, y todavía casi que no lo me lo creo.
El Maestro aparentemente disfrutaba mi curiosidad. Nunca rechazó ninguna de mis preguntas. Me hablaba de la música que amaba, y de compositores que yo no no había oído nombrar. Recuerdo una noche en la que estuvo hablándome de César Franck y Vincent D’Indy. De sí mismo hablaba muy poco, pero sí disfrutaba escuchar buenas ejecuciones de sus obras. Lo mejor era cuando me decía «Venga conmigo».
Ese «venga conmigo por lo general acontecía de noche, después de que la Escuela Lamas quedaba sola con el Maestro en compañía de sus gatos … y el jovencito a quien algunos empezaban a llamar «el nieto de Sojo». Ese «venga conmigo» podía significar irnos a tomar un café, o meternos en la oficina de al lado, sentarse el Maestro frente a un pequeño armonio y tocar algunos de sus motetes para coro a cappella. De nada valía el que yo le pidiera copias de las obras para cantarlas en el orfeón universitario de la UCV. «Son para consumo interno», decía.
A veces me invitaba a acompañarlo a la oficina de Evencio Castellanos, para entonces director de la Escuela Lamas, a escuchar grabaciones en el tocadiscos que tenía EC allí. Recuerdo la impresión que me ocasionó escuchar la «Misa Cromática» y el Madrigal «Romance del Tirano Aguirre» con el Orfeón Lamas y los solos de Margarita Hernández Vera.
INFALIBLE, PERO…
El 39.º Congreso Eucarístico Internacional en Bogotá se clausuró con la presencia del Papa Paulo VI entre el 22 y 24 de Agosto de 1968. Esa primera visita de un pontífice a Latinosmérica tuvo gran despliegue en todos los medios. La TV venezolana transmitió el evento en vivo y en directo «vía microondas» (así lo anunciaban).
Estando yo en la casa del Callejón San Pedro en la que el Maestro alquilaba una habitación, comenzaron a transmitir la multitudinaria Misa al aire libre. Yo le había comprado la carne para los gatos del Maestro. El plan era pasar por la Escuela de Santa Capilla, alimentar a sus felinos, e ir a un concierto en la Biblioteca Nacional. Yo esperaba en la Sala a que el Maestro terminara de vestirse, y la gente de la casa veía la misa papal. En eso se oye la no muy agraciada voz del Papa Montini cantar «CREDO IN UNUM DEUM», y sale el muy elegante Vicente Emilio Sojo riendo a carcajadas y diciendo
«Será muy infalible, pero también es sordo de bola».
SOJO Y LA OSV
La Orquesta Sinfónica Venezuela era la niña consentida en los recuerdos del Maestro, sobre todo después de la disolución del Orfeón Lamas en 1960. Todos los años dirigía una de sus obras sacras el 22 de noviembre, día de Santa Cecilia, patrona de los músicos. La única vez que ví a Sojo dirigir la OSV fué en 1968 en la Iglesia Santa Teresa, y la obra fué su Misa a Santa Cecilia, con la participación de la Tribuna de la Catedral y algunos coralistas independientes.
En una oportunidad acompañé al Maestro Sojo a un concierto de la OSV en el Aula Magna de la UCV. El director fué el titular de la orquesta, el maestro Gonzalo Castellanos Yumar. Sojo salió muy complacido del concierto, sobre todo por la interpretación de IBERIA de Debussy. «Los bronces han mejorado muchísimo» fué uno de sus comentarios. De regreso al centro le pregunté «Maestro, hay personas que llaman DE VENEZUELA a la Sinfónica. ¿Eso es correcto?»
«¡Nooooo señor eso es un error! Los fundadores quisimos y decidimos que la orquesta llevara el nombre propio de su patria. Lo correcto es Orquesta Sinfónica Venezuela».
Desde ese día no tuve más dudas sobre el nombre de nuestra orquesta pionera. Lo dijo el origen de todo.
Add a Comment