Por Eduardo Lira Espejo
En los días presentes, la Orquesta Sinfónica afianza en Venezuela una tradición bien cimentada, cuyas raíces se extienden desde el siglo XVI durante el cual en 1591 se funda en Caracas una escuela de música entidad que de tal manera interesa al Ayuntamiento que éste dispuso subvencionarla con la suma de 50 pesos. El «canto llano» era materia esencial en este centro de enseñanzas musicales cuyas perspectivas directrices, con severidad escolástica, trazaba Don Luis Cárdenas Saavedra, pedagogo experto a quien se le rendía respeto unánime en la ciudad.
Este suceso de 1591, para la música nuestra, simboliza el impulso matriz, decisivo y poderoso, cuyos frutos se doran gloriosamente en el siglo XVIII, en los veinte o treinta años postreros del mil setecientos, cuando aquí surge un grupo de compositores excepcionales, cuyas obras en la etapa de la Colonia representan lo más auténtico que América haya logrado en la música. Este movimiento creador venezolano, que se precisa con el nombre de Escuela de Chacao, se concentra en la escuela que en los alrededores caraqueños y años después del 1770, fundara Don Pedro Palacios y Sojo, llamado simplemente El Padre Sojo, sacerdote de espíritu generoso, de propósitos artísticos superiores, de orientaciones magníficas y certeras. el ambiente de quietud de la hacienda del Padre Sojo no impidió a los novicios venezolanos iniciarse con entusiasmo en la música, para cuyos acataron decididos las exigencias severas de las disciplinas impuestas, mediante las cuales dominaron la técnica musical en un grado bastante avanzado, con maestría indiscutible que en sus partituras se hace evidente en el lenguaje galano, en el estilo clásico acendrado y así mismo en la pureza selectiva de sus ideas musicales. Talentos del señorío creador de José Angel Lamas, José Antonio Caro de Boesi, Pedro Nolasco Colón, José Cayetano Carreño, Juan Manuel Olivares y tantos otros, exaltan la música de Venezuela a un sitial espectable en la cultura de América.
Para el año 1750 existía en Caracas la Filarmónica, cuya trascendencia en el desenvolvimiento artístico se acrecienta con el tiempo y determina las condiciones ambientales, futuras y propicias para que el ingenio de los músicos criollos florezca lozanamente.
La Independencia y los acontecimientos nacionales posteriores dispersaron al grupo de Chacao y a estos motivos se añadieron otros, que entorpecieron aspectos fundamentales de la labor colectiva cuyos cuadros se redujeron por la pérdida de varios de sus integrantes, entre ellos personajes sobresalientes, los que en bien del sagrado ideal patrio cayeron entre el fragor de las batallas o sucumbieron, indefensos y dignos, frente a quienes despiadadamente les fusilaban. A pesar de todas las adversidades, la música no perdió su línea de continuidad y fiel a la tradición, en los años que siguen al de la Independencia, se mantuvo en un esfuerzo diligente, cuyo haber, aparte de una cantidad apreciable de composiciones, señaló cierto número de conciertos, como puede constatarse en la Gaceta de Caracas, la que además en 1819 publicó el Prospecto para el establecimiento de la Academia de Música, el cual, a pesar de su nombre, era a fin de cuentas el reglamento de una Sociedad Filarmónica, que en aquellos años, sostuvo una orquesta con la que se propuso realizar los segundos y últimos sábados de cada mes, una «función que duraba desde las siete hasta las once de la noche».
Si la música continuaba a través de los conciertos, su misión social, lo vital de si misma se concentraba en el servicio del culto católico. Las iglesias le brindaron la atmósfera apacible y tonificante que precisaba su fortaleza resentida, de tal manera que, lenta pero con vigor insospechado, se recuperó de los tropiezos sufridos en el ajetreo bélico. Para justificar la trascendencia artística de este momento histórico, muchos serían los ejemplos y nombres de figuras brillantes que podrían citarse en los cincuenta primeros años del siglo XIX; sin embargo, es suficiente para tal finalidad recordar a Lino Gallardo, quien no escatimó conocimiento ni dinamismo en bien del progreso de la música de Venezuela. Lino Gallardo dio pruebas proverbiales de su afán constante de superación, tanto en la enseñanza como en sus deberes de músico contraídos con el templo; lo mismo en la gracia espontánea de sus composiciones que en la disciplina que mantenía en su trabajo de director. Con Lino Gallardo compartieron la fama, obtenida en buena lid, Cayetano Carreño y Atanasio Bello Montero, los que con tacto hábil, junto con imprimirle un sello de seriedad, tienden a estabilizar en el país las actividades musicales.
Espíritus nuevos, compositores y ejecutantes talentosos, se suman en la trayectoria de la música de Venezuela, la cual desde siglos estuvo robustecida por el aporte generoso de tantos venezolanos ilustres. En este aspecto, es conveniente mencionar ahora, que una de las contribuciones más efectivas la aportó la familia Montero, cuya influencia significativa se advierte desde Bernabé Montero, emigrante español y músico de propósitos sinceros, cuyo nieto José María Montero, fallecido en 1881, enseñó música con dedicación ejemplar, durante 65 años. La sociedad y el pueblo venezolano rodearon de prestigio y de respeto a tan preclara mentalidad de artista y Don José María Montero contó siempre con la veneración inalterable de sus discípulos, entre quienes Felipe Larrazabal se distinguió como hombre de pensamiento y sensibilidad finísima de compositor. También fue discípulo su propio hijo, José Ángel Montero, compositor y director de orquesta, autor de Virginia, estrenada en 1873, la primera ópera de un venezolano llevada a escena.
En un espíritu idéntico, de tradición venezolana, se funda el 24 de junio de 1930 la Orquesta Sinfónica de Venezuela. El grupo de ejecutantes que entonces se reunió por primera vez, si fue animado por la intención de ejercitar su arte en la más alta manifestación colectiva, abrigaba también en lo íntimo el propósito muy noble de recuperar un nivel superior al que le correspondía en las actividades musicales. Tal anhelo de progreso logra hacerse efectivo cuando en el país se dispone del aporte imprescindible de una orquesta sinfónica, cuya estabilidad se garantice en las condiciones mejores. Por esto la Orquesta Sinfónica de Venezuela asentada ahora en bases económica su artísticas durables, proyecta una acción vigorosa en la cultura patria que si es en realidad magnífica, no es menos promisoria de perspectivas mejores.
Los directores extranjeros, tan célebres como exigentes, para hacer justicia al grado de eficiencia en que la sinfónica ha desempeñado su labor, en las jornadas cumplidas en común destacan la calidad de nuestra orquesta, con palabras tan elogiosas como sinceras, porque luego, con entusiasmo igual reiteran, en otros países sus conceptos. Tal vez, entre los directivos y los profesores de la orquesta, estos halagos puedan satisfacer el personal y justificado orgullo de artísticas. Pero, la centena de ejecutantes que integra la sinfónica, conquistan además otras satisfacciones más hondas y de más puras resonancias, aquellas de saber que su labor posee un sentido exacto de nacionalidad y tradición venezolanas.
La cordialidad y respeto que presiden el estudio de las partituras de los compositores de aquí, el estímulo afectuoso que brinda a los instrumentos bien dotados, el fervor con que en todo momento, en la sociedad y en el pueblo, cumple su misión de arte, funden la trayectoria de la Orquesta Sinfónica en lo mejor de la tradición musical de Venezuela. La Orquesta Sinfónica de Venezuela, en circunstancia alguna se ha desviado del sentimiento que originó su fundación, de franquear estadios mejores, de servir a la música y a los músicos venezolanos. Permanece fiel el espíritu en que fundamentara Don Luis Cárdenas Saavedra sus enseñanzas, el mismo que después, en la Escuela de Chacao, resplandeciera en calidades originales de músicas, el cual se mantuvo airoso entre los vaivenes bélicos del siglo pasado y que en los días presentes, en la trayectoria de tradición, se remoza en un grupo de compositores auténticos, tan maestros como venezolanos, en sentir, concebir y expresar la música.
Caracas 1953.
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